lunes, 21 de febrero de 2011

“No digas que yo te lo dije…”


Es un muy odioso hábito, creo que no caigo en generalizaciones al decir que todo el mundo lo detesta, pero irónicamente la gran mayoría cae en ellos, bien sea al decirlos, al sufrirlos y lo peor de todo al creerlos, comentarios sin base, que se transforman cual materia al pasar de boca en boca, si, ya saben a qué me refiero, EL CHISME.  Nuestro género se ha ganado la terrible fama de ser “chismoso”, pero resulta que en esas conversaciones de amigas, más que hablar de la vida ajena, es la oportunidad para ponerse al día en los sucesos que sobresalen de nuestra propia rutina, es decir, hablamos de nosotras mismas, lo que nos pasa y lo que no, así sea para saber si la otra puede darnos una perspectiva distinta cuando crees que a nadie le va peor que a ti; (Ojo, eso no quiere decir que no existan mujeres chismosas, porque ¡sobran!), no por ello se ha entablado una batalla porque ahora mis congéneres aseguran que no hay seres más “chismosos” que los hombres.
            Estos a su vez se disputan el título, por aquello de dar cuenta a todos los que le rodean de cada movimiento dado con las mujeres que pasan por su vida (eso sí que es de mal gusto), sin dejar escapar detalle alguno, cuando lo más seguro es que quizás ni siquiera haya ocurrido nada. Y es ese tipo de chisme, el cual nos trae estas líneas, aquel basado en la nada, surgido de la suposición, nacido de las ganas de saber y no poder, tal vez por envidia o rencor, pero a algunos les parece entretenido despotricar mentiras de los demás, porque siempre habrá aquel que lo crea, como reza aquella infame frase de Paul Joseph Goebbels “una mentira dicha mil veces se convierte en verdad”. Y es que mientras más reservada seas, o a los ojos de los demás te reflejes con supuesta altivez, más susceptible serás a estos comentarios, porque si algo he comprobado es que si alguien no tiene nada que decir de ti, lo inventa.
            Me gustaría pensar que muchos no saben cuánto daño hacen al decir suposiciones de otras personas, alejadas de la realidad o impulsados porque les gustaría que eso fuese un hecho, pero es difícil cuando creo de manera vehemente en no meterse, ni opinar de la vida ajena (o como coloquialmente diría “¿qué pito tocas ahí?”), mucho menos al no conocer hechos concretos ni la personalidad de los involucrados. Tomando en cuenta, que toda historia tiene dos caras, además alguna de las versiones se verá influenciada por la percepción que uno tenga del otro, en pocas palabras, no esperes que alguien que odie a otro o simplemente ni lo trate sea una fuente confiable, empezando porque si ni siquiera se saludan es improbable que conozca algo de su vida, y sea lo que sea que salga de su boca siempre buscará la manera de dejarlo muy mal parado; dando a entender que se sienten bien de sólo saber que a ese ser que no toleran le va terrible (si, existe gente así de triste y patética).
            Aunque tengo una disyuntiva en quién me parece más descerebrado, si el individuo que pasa su vida destruyendo reputaciones por simple gusto, o aquél que no sólo se toma su tiempo a escucharlo sino que además de eso lo cree y lo repite, seguramente con uno que otro toque personal, tomándose la historia tan a pecho como le sea posible, mientras el protagonista quizás ni sepa de su existencia. De esta manera, puedes terminar siendo una drogadicta, con diez hijos de diferentes padres, todos concebidos en la acera de tu casa uno que otro en el techo, donde todos y cada uno de los miembros de tu familia te detestan y no hay uno con el que no hayas discutido mínimo cinco veces por semana.
            Como a pesar de tu problema con las drogas, milagrosamente tienes una o más carreras profesionales, dicen que fue gracias a los tres ancianos que enamoraste para que te pagaran hasta el desodorante, uno de ellos fue aquel que te llevó en su carro hasta la puerta de la universidad. Así, pueden escribir toda una biografía de esa dizque inmunda vida que llevas donde cada novio que tuviste se convierte en la pobre victima a la que le succionarás el alma, donde cada problema que se le presente seguramente tu estarás detrás de ello, como responsable y autora intelectual y material de su tragedia.
            Y resulta que la realidad es que en tus mediados veinte, sólo has tenido dos novios, en donde siempre hubo respeto, donde esos “diez hijos” que te adjudicaron, son los diez primitos que han hecho crecer poco a poco a la familia, de hecho tu mamá ya duda de si tendrá quién le diga “abuela” algún día. Tu nivel de drogas es casi nulo, prácticamente se resume al tropel de antibióticos para una pulmonía que te dio, porque no tomas ni pastillas para el dolor, ya que crees más en los tecitos que te hace tu abuela, las bebidas alcohólicas las reservas para las celebraciones siempre y cuando no estés a dieta; la última discusión que tuviste en tu casa fue ese domingo, cuando no se decidían si hacer parrilla o sancocho. Mientras que tus logros profesionales se lo debes a los bolsos semestrales que hacía tu mamá para pagar los gastos de la universidad, y el señor que te libró un día del transporte público al llevarte a clases en su carro fue ese tío que siempre aparece cuando más lo necesitas.
            ¿Ven el poder (destructivo) de un chisme?, ahora pensándolo bien me parece que tanto el que lo dice, como el que lo cree y lo repite están empatados en el primer lugar de la ignorancia y mala intención, mediten bien cuántas veces habrán escuchado historias fantásticas de conocidos y que a lo mejor están lejos de ser certeras y veraces, analicen la fuente, ¿qué le puede  importar si eso es verdad?, ¿qué gana con decirlo?, ¿Cómo es su relación con esa persona?, en resumen dejen que hable pero no presten atención (o simplemente no vivan a través de los demás), no hay nada más desagradable que un individuo prejuicioso, que se deje llevar por opiniones desacertadas de terceros y no construya sus propios conceptos, sin darle la oportunidad al otro de demostrar quién realmente es y no dándose a sí mismos el chance de conocer a alguien que quizás vale más la pena, como diría Epicteto (filósofo griego) “la verdad triunfa por sí misma, la mentira necesita siempre complicidad”, así que no sean cómplices.

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