lunes, 7 de febrero de 2011

Cuéntame otro cuento

Han sido varias las oportunidades en que he escuchado a muchas mujeres decir que sus fracasos en el amor han sido culpa de las películas de Disney, algo extraño para historias donde siempre un príncipe azul, de blanco corcel, rescata a la princesa desvalida de las garras de alguna bruja malvada que la odia porque es bella y de paso buena gente; es decir, ¿Qué tiene eso que ver?, ¿Con qué se identifican?, ¿Será por “románticas empedernidas”?, ¿o porque sueñan con un príncipe azul que las rescatará de su vida infernal?. Sea cual sea la razón y como fiel defensora de Walt Disney, Hans Christian Andersen y los Hermanos Grimm, me atrevería a decir que andan por ahí adjudicándole a otros lo que es única y exclusivamente su responsabilidad.
            Si es que existe culpabilidad del algún tipo, porque nada es cuestión de “suerte” sino de saber elegir, o saber reconocer las señales, lo que pasa es que a algunas les encanta “enceguecerse”, al parecer les resulta mucho mejor que estar sola. Sin embargo, achacarle su escasa capacidad de elección a los “cuentos infantiles”, es precisamente eso, infantil. Esto es equivalente a caer en el error de creer que lo que pasa en las telenovelas está en consonancia con la realidad, de hecho éstas vienen siendo los mismos cuentos pero para adultos. Me resulta un tanto inverosímil pensar que aún haya alguna ilusa que crea en esos clichés televisivos. 
            Analicemos por un momento si esa sobredosis de cuentos de hadas que te dio tu mamá para que la dejaras hacer oficio sin molestarla, tiene algo que ver con la forma en cómo te relacionas con el sexo opuesto. El príncipe siempre es apuesto, nunca anda a pie y es de cuna de oro, llevando eso a la realidad, bien se trataría de un galán, con carro y lo más seguro es que sea todo un “hijo de papá”; mientras la princesa siempre es bella, a pesar de su título nobiliario por alguna razón es buenísima es las labores domésticas, no hace otra cosa que eso y además canta como los mismos ángeles. Lo anterior nos deja en estos días con alguien que prácticamente no existe, una ama de casa, con físico de modelo y que además es excelente opción para invitar a un karaoke.
            Podría creer que te haya afectado de manera negativa, si eres de las que prefieren a un hombre por lo que tiene o aparenta y no por lo que realmente es, de hecho, nunca dicen si el fulano príncipe es de buen corazón, al contrario es un ser bravío que ataca todo lo que se le interponga en el camino, seguro en la realidad sería un trepador o un energúmeno de esos, que no duran más de dos horas en un bar sin que lo saquen a patadas por buscar pelea. Creo que la única forma que se interese por una mujer con las características mencionadas, será cuando necesite alguien que le atienda la casa. Pero, ¡Vaya manera de dejarse “influenciar” por un cuento!.
             Si realmente estas historias son las culpables, ¿por qué no se colocan en el pellejo de “la Bella y la Bestia”?, donde ella no es ninguna inocentona que no sabe nada de la vida, al contrario, es una mujer con los pies en la tierra, que le encanta estar entre libros y no se deja llevar por el físico y los músculos, él, no es ningún galán de carácter apacible, quien para realmente conocerlo hay que dedicarle tiempo y paciencia para poder descubrir que es una muy buena compañía (más acorde ¿cierto?). La verdad es que para unas congéneres es más fácil dejarse engañar por un tipo bien parecido, que darle una oportunidad a ese que es más sincero y amoroso pero no tan agraciado.
De este modo, confirmo que ni Disney, ni Andersen, ni los Grimm tienen algo que ver con esos “traumas amorosos”, por los que algunas pasan, son ellas mismas quienes se someten a esas situaciones, porque de ser así creo que absolutamente todas nosotras estaríamos en serios problemas (¿quién no creció leyendo o viendo estas historias?); pero no por nada se llaman “cuentos de hadas”, son fantasías, que no se pueden comparar con nuestra realidad, el error está en hacerlo (me aturde el sólo pensar que de verdad pase); en pocas palabras, ser  “fantasiosa” es cuestión de elección y sin derecho a reclamo.

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