lunes, 24 de enero de 2011

Fanáticas de la atención


Con esa fiebre que embarga a la mayoría de los venezolanos durante la temporada de béisbol profesional, es difícil no comentar acerca de esos hechos que se viven alrededor de esos cuatro meses, dentro y fuera del estadio, jugando o no tu equipo favorito, seas fanático o simplemente aparentes serlo, este deporte saca a relucir lo bueno, lo malo, y en especial, lo feo de mucha gente.
Viniendo de una familia donde béisbol es el tema de conversación los 365 días del año, 366 en bisiesto, influenciado porque el 90% son hombres, ya para mi es parte de la rutina (mi frustración de niña fue no jugar en un equipo como mi hermano), cabe destacar que sin necesidad de gritar a los cuatro vientos mi fanatismo, yo lo vivo a mi manera, quizás también debido a que es la mejor manera de ahorrarse las burlas si mi equipo pierde (me ha dado buenos resultados), así me lo reservo para conversaciones que de verdad valgan la pena.
Además, eso me hace mucho más observadora en cómo a su vez lo viven los demás, llegando a ver desde lo más escalofriante, hasta lo más absurdo, llegando en algunos casos a un punto realmente patético. En esta ocasión, me enfocaré únicamente en las mujeres que van al estadio a ver qué jugador pescan, mejor conocidas como las “come viáticos”, se reconocen porque van mostrando cuanta piel les sea posible (si no son operadas…se van apretadas), con los tacones más altos a disposición, mejor arregladas de lo que irían a un matrimonio, pero, a un lugar repleto de gente de todas las edades, donde literalmente llueve la cerveza, es decir, el secado de tu cabello y el maquillaje tiene sus minutos contados, además del sinfín de escaleras hasta para ir al baño.
¿Cuán desesperadas están?, pues por lo visto mucho, siempre se van en grupitos de mínimo tres de ellas, llegan horas antes del partido para resaltar durante el calentamiento, siendo también las últimas en irse, hasta que no salga del club house la última potencial presa. Pregonan su supuesto fanatismo por la disciplina y cómo según les gusta en demasía, pero ya es bien sabida la distancia entre “gustar de” y “saber de”, si quieres hablar con ellas de béisbol, olvídate de las estadísticas, numeritos, historia, efectividad y rendimiento de los jugadores, a menos que se traten de las estadísticas de fanáticas casadas con peloteros, numeritos de celular, historia amorosa, efectivo en la cartera y rendimiento en una noche de fiesta.
 ¿Cómo saber si tienes una en frente?, detalla bien a su objetivo y pregúntate a ti mismo si de no tener ese uniforme, esa joven realmente se fijaría en él, probablemente no. Creo que lo peor de todo, o la forma más evidente de reconocerlas, es que cambian de equipo de acuerdo a sus gustos por los miembros que lo conforman (le comenzó a gustar alguien del equipo contrario), por ejemplo, pueden pasar de ser “magallaneras”, a luego rasgarse las vestiduras como “caraquistas”, si, es casi tan inverosímil como que un fanático del Barça se pase al Real Madrid, o del Boca Junior al River Plate. Algo totalmente fuera de lo normal, más para alguien acostumbrado a ser de un mismo equipo desde que nace hasta que se muere, sea bueno o malo, no deja de acompañarlo (y así es que se supone que debe ser ¿no?).
No pretendo rayar en lo “mojigata”, porque a veces si hay jugadores que pueden robarte una mirada, pero la mayoría de las veces regreso a mi foco, de sólo escucharlos hablar, lo siento, necesito a alguien que pueda articular otras frases más que no sean las misma sacadas del “Manual de respuestas del beisbolista venezolano”; “dar el 100%”, “poner mi granito de arena”, “hicimos las cosas pequeñas” y “dar el todo por el todo”; en ese instante se acaba la magia.
 Tampoco tengo la habilidad de sentirme libre de andar con el cabello a punto de ser bautizado con cerveza (y quién sabe que otros fluidos más…pero demos gracias por la invención de las gorras), ni de andar entaconada a riesgo de rodar por la tribuna, o de ser empujada por la horda de fanáticos (tanto los felices como los frustrados), y mucho menos con un maquillaje con el que llegue como una “Miss”, pero salga como el “Guasón”, luego de ser bañada por todas las bebidas vendidas en el estadio.
Pensándolo bien, prefiero seguir aumentando el cúmulo de anécdotas tan vergonzosas de cada vez que voy a un juego (hasta un eufórico fanático le pareció que sería divertido golpearme la cabeza), pero me identifica más seguir cubriéndome con un suéter para el frío, (si es con capucha mejor así me resguardo del torrencial de cerveza), zapatos de goma (todo terreno), con un maquillaje preciso para disimular las imperfecciones, pero difícil de correrse, celebrar (o lamentar) como todos los demás, sin ánimos de llamar la atención de manera exagerada; llegando a la hora justa para ver el partido desde su inicio e irme antes que el estacionamiento colapse; es más práctico (y digno) que el irse vestida cual “gogo dancer”, a bailar tambor frente a las cámaras de las televisoras presentes, a la espera de que un jugador monosilábico las mire, así hasta para él sean obvias sus verdaderas (y financieras) intenciones, ¿no creen?.

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