Llegó el día que más esperábamos, tenemos las utilidades en nuestro poder, ni meditarás en qué gastarlo, ya llevas meses en ese plan, así que alístese, póngase ropa y calzados cómodos, que nos vamos de compras navideñas.
Se debe salir temprano, para que rinda el día, además sabemos que tiene muchas cosas por comprar, unas las necesita, mientras que las otras prefiero ni entrar en detalles. Ni crea que nos vamos en carro, para empezar no gozo de ese beneficio, además quiero que viva en toda su expresión lo que padece el colectivo en estas épocas, y créame cuando le digo que no importa cuál sea su medio de transporte, no podrá librarse de caminar.
Nos vamos en el respectivo autobús con destino al centro de la ciudad, de más está decir que ya la sonrisa se le irá borrando con la sobrecarga de pasajeros en esa minúscula unidad que le rozan con partes sospechosas el hombro, mientras otro le estornuda por detrás, quien no sólo casi la deja sorda por el estruendo que hizo, sino que además sin tener la decencia de taparse la boca, le dejó la nuca goteando lo expedido, y ni hablar de la “música” que pone el chofer.
Por más que deteste caminar, no le queda otra opción, pues bajaremos donde la cola atrape la camioneta, a menos que uno de sus hobbies sea acampar en el transporte público, ya que puede pasar horas ahí. Es aquí donde comienza la travesía, comparable con un safari, lo primero que debe hacer es sostener con fuerza casi sobrehumana su cartera, porque esta temporada incluye en el combo a los amigos de lo ajeno (para variar), garantizándole una buena subida de adrenalina al asunto.
Al adentrarnos en esta jungla, comienza el asedio de buhoneros, si no les tienes paciencia te verás obligada a caminar por el medio de la calle, ya que las aceras son su territorio, ni se te ocurra quejarte a vox populi, a menos que no temas ser atacada por una avalancha de ganchos y brazos de maniquíes, porque se mueven en manadas si uno de ellos se siente ofendido, se tienen dos opciones huirles o ignorarlos, tú decides.
Cuando ya te acercas a una de las tantas tiendas por la que tomaste la decisión de embarcarte en esta aventura, en el camino deberás estar atenta a los vendedores de zapaterías que se encuentran apostados en las puertas gritándote a todo pulmón que entres “sin ningún compromiso”, por más tentadora que sea la oferta si no va a comprar no la acepte, porque si le hace buscar miles de pares de zapatos así sea “sin ataduras”, pero no se llevará ni una trenza, se sorprenderá al ver que el vendedor no conoce a su madre, pero no tiene reparo en traerla a colación.
Ya tienes en tus manos pintura para la casa, los nuevos adornos para el arbolito, los regalos del intercambio con tus compañeros de trabajo, los de la familia y uno que otro amigo que se ha portado bien contigo, el sombrerito de Santa para el perro, la comida para la cena, ahora viene la prueba de fuego, conseguir ese atuendo que tanto quieres. Lo consigues luego de más de una hora de ver tiendas, cuando te lo mides te das cuenta que la dieta no hizo que te vieras como el maniquí que lo lleva puesto en exhibición, sin embargo, la cándida vendedora te jurará por los hijos que no tiene, que te ves espectacular, mientras te preguntas a ti misma si será que esa mujer no ha considerado ir a examinarse la vista; ten siempre presente que ella gana por comisión, así que hará lo que sea por hacer que te lleves todo, en especial mentir.
Sales de ahí con el amor propio arrastrado, con un montón de piezas de vestir que pasarán a formar parte del museo arqueológico en el que has convertido tu closet, con montañas de ropa que no volverás a usar jamás. Mientras, vas contracorriente del río de gente que se aglomera a tu alrededor, usando las bolsas como escudo y poderlas apartar de tu camino, tanto a las lentas como a las atravesadas, sin mirar atrás así te insulten, te aseguro que ellas son peores.
Mientras esperas el infame autobús, que al parecer las posibilidades de que pase pronto se minimizan cuantas más ganas tienes de llegar a tu casa, intentas tomar un taxi pero desistes cuando el chofer te indica que por la cantidad de bolsas te debe cobrar más, (como que si él tiene que cargarlas en el lomo por el camino), con la indignación que te causa su respuesta tu humor se pone peor de lo que ya lo tienes, así que te resignas a seguir esperando.
En ese momento debes mentalizarte de una vez que en la camioneta irán muchas otras personas con la misma cantidad de cargamento del que tu llevas y hasta más, lo que hará el viaje un tanto incómodo, es ahí cuando jurarás que nunca más esperarás el pleno auge de la temporada navideña y harás todo por adelantado para no volver a sufrir semejante calvario, pero te puedo hasta certificar que doce meses son suficientes para olvidarlo y volverlo a padecer.
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