Se acerca diciembre y con él todo ese aire de renovación que trae consigo, esa sensación de que estamos a punto de cruzar una meta, tan es así que creo poder tomarme el atrevimiento de decir que pasamos once meses planificando los últimos treinta y un días del año, cual si fuese la oportunidad para hacer y cambiar lo que bien podríamos hacer en los 334 días previos, como que si a partir de ese momento nos dan carta blanca para hacer las mil y un locuras.
No sé los caballeros, pero por este lado tenemos una facultad tremenda para cambiar el real significado de las festividades decembrinas, esa complejidad que nos caracteriza, hace que le agreguemos unas cuantas particularidades, convirtiéndolas en mucho más que sólo pensar en buenos deseos. Algunos las esperan para beber, o para comer, otras para deprimirse, mientras que otras lo hacen para lucirse como nunca. Éstas últimas, empiezan por hacer dieta rigurosa, si el presupuesto les da se inscriben en un gimnasio para que les quede mejor esa ropa con la que tienen tiempo imaginándose, sin importar que los escasos cinco kilos que perdieron en seis meses, los vayan a recuperar con creces en ese mismo mes, al parecer sólo los bajan para hacer espacio para los que aumentarán.