Correré el riesgo de equivocarme al versionar aquella famosa frase de René Descartes “pienso, luego existo” a “navego, luego existo”; digo esto a sabiendas de la gran repercusión que ha tenido la internet en nuestras vidas. No hay duda alguna de la utilidad que tiene para nuestra formación académica (si no que lo nieguen aquellos fanáticos del copiar y pegar), además del campo profesional, también ha extendido sus tentáculos a casi todos y cada uno de los aspectos de nuestras vidas, quizás no por la herramienta en sí, sino por el uso (o mal uso) que le hemos dado.
Para muchos el día no comienza hasta que no han revisado su cuenta en Facebook, ese mundo que cobija a una infinidad de personas y personalidades, donde aflora lo bueno, lo malo y lo feo de cada uno, donde ya no hay necesidad de salir a pasear o sentarse a conversar para saber quién es chismoso, envidioso, engreído, de baja autoestima y hasta de malos hábitos, debido a que algunos se han tomado muy a pecho la pregunta que te hacen el entrar al inicio de la página “¿Qué estás pensando?”, les digo algo, hay muchos pensamientos que deberían quedarse en su lugar.